1
Valeria Mesalina, a más de perversa y ninfómana, no aceptaba código alguno de bondad. Cuentan que a los quince años se convirtió en la cuarta esposa de Claudio (10 a.de C.), que a la sazón tenía ya cincuenta. Cuentan también que al año, cuando él reemplazó a su sobrino Calígula como emperador, la lubricidad de Valeria Mesalina se desbordó. Y empezó a acudir todos los días a los más zafios burdeles de Roma. Con peluca color azafrán, sí. Al fin, Mesalina fue asesinada a instancias del emperador por Narciso: el principal favorito imperial. Final cantado.
2
Los historiadores dicen que el zar ruso Iván IV El Terrible era tan cruel y despiadado, que ninguna maldad calmaba su sed. Hizo todo lo que pueda imaginarse, pero lo que no se entendió bien fue aquello que ocurrió en 1555 cuando, después de ordenar la construcción de la iglesia de San Basilio, en Moscú –de lo cual quedó muy complacido- mandó dejar ciegos a sus arquitectos Postnik y Barma. Los historiadores dicen que lo hizo para que nunca pudieran proyectar algo más hermoso. Pero la historia se equivoca: los cegó cuando comprobó que había nada menos que cuatro san Basilios, todos martirizados por emperadores y ninguno por él.
3
¿Recuerdan a Mary Mallon, aquella cocinera suiza portadora de fiebre tifoidea que causó 53 brotes de tifus en su periplo laboral por cocinas de restaurantes y hospitales de los Estados Unidos? Después de haber estado encarcelada, liberada y vuelta a encarcelar por desobedecer el cambio de profesión, hoy han hallado solución a su rebeldía. María Tifoide, como la han apodado, deberá estar en cuarentena por diez años. Y defecar sólo a orillas del mar, bajo puntual vigilancia.
4
Enrique es malísimo y, para peor, lo sabe. Practica yudo con la mirada y hacer caer a unos y dobla los brazos de otros. Ayer, la abuela Hilda le ganó: desde atrás le ató un paño negro y lo obligó a dar el paso hacia el laberinto de los karatecas.
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