1
En el sótano de esa casa de Rouan pasan cosas raras. En un tiempo la arrendó Dufy, el gran pintor. Estaba deprimido y solo. Casa grande, la llenó de gatos. Un día retomó sus pinceles y volvió a París. Desde entonces, el sótano habló. Habló con señales. Empezó a salir humo de los ventanucos. Las hamacas se balanceaban. Finalmente, aparecieron los recados: cierre la puerta / cuide los lirios / no tire papeles en el piso / barra la entrada. Ayer, 11 de octubre de 1953, Dufy murió en Forcalquier, en los Bajos Alpes y la casa entera se iluminó..
2
Las lecciones de Heidegger le entran por un oído y salen por el otro. No lo atrapa esa filosofía. Sin embargo, su amada es loca por los vericuetos del pensamiento, y cuando no está con Kant se sumerge en Nietzsche. No es que él se aburra: en el fondo, tiene celos pronunciados por todos ellos. Un mal día en que ella no llega a tiempo a la cita, forma una pila con libros en la plaza central y en vez de encenderlos, defeca sobre todos ellos.
3
Este misterio es simple y profundo: de afuera parece un abismo, pero entrando es tan sólo mi mente vacía.
4
Envejeció de un día para otro; pero no por falta de tinturas, como María Antonieta. Envejeció de cuerpo y alma. Cincuenta años le cayeron encima. Y si bien tapó con paños todos los espejos de la casa, su propio hijo lo advirtió! ¡Has vuelto, abu!
5
Desde que regresó de Palenque, en Chiapas, no fue el mismo. Las civilizaciones de aztecas y olmecas se le metieron en el cerebro, en los ojos, en los oídos. Después, Teotihuacán. Y en Cichen Itzá, con los mayas, sintió que un tremor intensísimo le sacudía músculos y arterias, nervios y esqueleto. Al final cerró el círculo. Tomó un avión a Austria, y en el Museo Histórico de Viena se reencontró a sí mismo ante el gran penacho ceremonial de Moctezuma…
6
Vuelven los mutantes a generar discordia. Vienen del espacio, y cuando llegan a tierra no necesitan tocarla con los pies. No necesitan tocarla, porque carecen de pies. Sus extramidades son como unas palmetas que agitan para uno y otro lado. Las mismas que azotan a los rostros de toda criatura que se les cruce. Y esos grititos que estremecen los lanzan cuando la noche es honda y sobrevuelan para irse. Como murciélagos.
7
Espera.No puedo creer que vuelvas en este momento. Te ruego que te retires, memoria.. No insistas: todo se ha perdido entre nosotros. No vuelvas nunca. Estoy tranquila en mis olvidos. No quiero fantasmas. Y tú ya no me sirves ni para soñar.
8
Es una más de las monjas de vida contemplativa. Sin cilicios. Sólo sirve al Señor con silencios y oración. Ha olvidado el sentido de muchas palabras y desde hace tiempo confunde acciones. Las otras no posan los ojos sobre su rostro. No sabe cuántos años tiene ni cómo es ese rostro.Ha olvidado el día que entró a la Orden. Sólo cuando llueve reacciona, abre el gran portón y sale corriendo a que el agua del Cielo la santigüe, la purifique.
9
La condesa sale con su viejo chofeur. Sale de aburrida que está, porque al llegar al poblado lo único que harán es dar dos tres vueltas a la plaza seca. Y ver un poco los verdes de extramuros. Al regreso, la condesa encenderá un cigarrillo en su boquilla de nácar, aspirará un par de veces, y tomará la mano que le extiende el chofeur para que descienda. Adentro, otra vez la noia gris del solitario de naipes.
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